sábado, 28 de noviembre de 2009


Prensa y Poder.
La prensa en general siempre es objeto de debate por su influencia en las masas ya que construye discursos que legitiman de alguna manera lo que se quiere mostrar o crear (es un medio de formación social, cultural, educativa, en el aspecto político es capaz de legitimar a los candidatos a un cargo público, induciendo aceptación o rechazo). Y uno de los tantos medios que existen, es el periodismo.
En casi todo el país la frase acuñada por el presidente José López Portillo continúa siendo moneda corriente en la relación de los gobiernos con la prensa. Hay excepciones, pero a la práctica antigua y nueva de los priistas, se agregan los gobernantes perredistas y panistas –y también las elites económicas y religiosas–, que todavía ven en el periodista el estenógrafo de sus palabras y el cronista de sociales de sus actos. Si algún medio o reportero los incomoda con su información crítica, lo intentan comprar o acallar. Al mismo tiempo, informadores y medios ejercen y amplían el clima de apertura exigido por el desarrollo democrático. “No pago para que me peguen, divisa vigente”.

Si bien todos conocemos el poder de la “media”, término que incluye la prensa escrita, radio, televisión y cine, importa observar esa relación entre los medios de comunicación, los poderes y la opinión pública.
La llegada de la radio y la televisión influyó sobre la prensa en un sentido positivo: obligó a los medios impresos a mejorar su calidad, a hacer un cubrimiento más integral de las noticias, diferente a la breve presentación televisiva o radial. Las noticias, ya oídas en la noche, debían tener un cubrimiento más amplio e integral en el periódico: los grandes reportajes, los trabajos investigativos se hicieron más frecuentes y de mejor calidad.
Esto se acompañó de una separación más clara de la información y la opinión, que se fue haciendo más amplia, para incluir un abanico de posiciones que a veces contradicen la de los mismos directores.
La información se liberó de la servidumbre a los partidos políticos y el editorial y las columnas de opinión dejaron de marchar en forma coordinada. Pese a sus defectos, los periódicos de hoy, con sus denuncias diarias de la corrupción o las fallas del estado, con su pluralismo interno, dejarían atónico a un colombiano de hace cincuenta años, acostumbrado a una prensa de partido, obsecuente con los copartidarios y, como un perro guardián, capaz de ladrarle solo al enemigo político.
Todo esto ha cambiado las relaciones entre la política y los periódicos. En el último medio siglo, también los políticos se han hecho cada vez más profesionales, y hacen sus carreras sobre todo en el mundo de la gestión pública y de las elecciones. Los periodistas miran con desconfianza a quienes usan los medios como trampolín político, el poder electoral de los medios sólo alcanza a sobrevivir en algunos ámbitos regionales y los lectores exigen una información cada vez más objetiva y balanceada.

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